El gran desconocido

Artículo de opinión de Javier Lorenzo en el suplemento ‘Toros’ de LA GACETA

Dragó se marchó escribiendo de toros. El último artículo que compartió en sus redes sociales fue una reflexión a vuelacapa sobre la tauromaquia. “No entiendo cómo se puede discutir la lidia desde un punto de vista ecológico cuando debido a ella se han salvado de la destrucción tantas dehesas y marismas. Lo considero un despropósito”. Es la lucidez que reina en el pensamiento antitaurino. El absurdo de los absurdos preside una mentalidad que se asienta en un contrasentido constante.

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Predico una cosa y hago la contraria. Critico sin saber la esencia de lo que digo. Viven en un sinsentido y lo muestran con sus vanos argumentos. La tauromaquia va más allá de la muerte del toro en la plaza en la que se asientan únicamente sus proclamas. Es mucho más que eso. Y va mucho más allá. La tauromaquia es fiesta, es ocio y es diversión. Pero también es ecología, es economía, puestos de trabajo, es vida, es naturaleza en el más puro de los estados, es supervivencia animal. Es respeto. Es liturgia. Es tradición e historia. Es continuidad y futuro. Es la sostenibilidad de un ecosistema único y admirable que se protege gracias a la presencia del toro bravo y que sin él no lo sería tanto. El toro es el animal mantiene su esencia gracias al espectáculo taurino. La tauromaquia es vida y se la da a un mundo rural que se nos olvida más veces de la cuenta y muchas veces más de lo que merece. La tauromaquia es literatura e inspiración de artistas en las más variadas representaciones. El universo antitaurino asienta sus razones, a base de insultos y voces, solo en la muerte del toro y no reparan que con el fin de la tauromaquia que persiguen el propio toro, al que tanto presumen de querer, sin conocer, tendría los días contados.

Eso les da igual. Prefieren la desaparición de la tauromaquia a costa del toro, que no es un animal que se pueda criar con un único fin expositivo ni para encerrarlo en un zoo. Desconocen su historia, genética y evolución. Su grandeza y protagonismo dentro de un espectáculo en el que es el rey, en torno al que gira todo. Sin él nada tendría sentido. El ganadero es capaz de dar su vida por el toro como solo el torero es capaz de ofrecer la suya delante de él. Unos los crían con mimo y esmero y otros los matan, pero los dos están dispuestos a morir por ellos. Nadie los cuida, mima y protege como sus criadores en un ciclo de vida que no tiene parangón ni similitud con otra especie. “El toro existe porque existe la tauromaquia, y no al revés. Y además de su interés ecológico proporciona trabajo a mucha gente”, escribía Dragó en ese último paseíllo por su literatura taurina: “Llegué a los toros por la lectura. Esa es la razón por la cual me resulta difícil deslindar ambos campos. Porque para mí, los toros son literatura y la literatura es toreo”. Eso tampoco lo entenderá quien no entiende ni respeta la tauromaquia.

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