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Largo se me hizo el 2017, que ya quedó atrás tanto para lo bueno como para lo malo y nos enfrentamos al 2018 con el ánimo encogido, que es el que se le pone a cualquier en el momento crítico de cruzar la raya que separa lo conocido de lo desconocido, y el nuevo año es eso, un espacio desconocido en el que el tiempo nos mete de lleno sin consideraciones, en el que día a día nos abrimos camino hacia no se sabe dónde, como quien cruza la selva y avanza por ella abriéndose paso a machetazos sin posibilidades de desandar lo andado. Así se conquistó América, atravesando selvas inacabables, y así nos vemos obligados cada uno de nosotros a conquistar nuestro propio terreno un día y otro, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre. Pues acabamos de adentrarnos en la selva y tenemos todo un año por delante para cruzarla, una aventura inevitable que nos lleva a un destino que muy poco a poco, a cada tropiezo, se nos va mostrando y que hemos de aceptar nos guste o no. Iniciar un nuevo año es siempre un triunfo sobre el que dejamos atrás, pero al mismo tiempo una temeridad, la que supone el enfrentarnos a un vacío que hemos de llenar sin saber de entrada cómo y de qué, incógnitas que el tiempo y sus circunstancias conforme avancen nos las irán aclarando.Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA en Orbyt y Kiosko y más