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Alberto Estella
Miércoles, 30 de agosto 2017, 06:45
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Cuando van quedando pocas cosas, restan las palabras, el idioma, la sangre del espíritu unamuniana, y la patria —en trance de descoserse—, está "allí donde resuene soberano su verbo". Por eso lamento la pobreza, cada día mayor, del castellano, del que muchos jóvenes emplean apenas trescientas palabras (en las redes menos); como, en expresión de Javier Marías, chapoteamos en el español; o el maltrato que le infligen algunos profesionales de los medios, especialmente los de espacios deportivos. Lázaro Carreter, en "El dardo en la palabra" - con su gracejo baturro -, los calificó de "Tarzanes rampantes por las antenas",sin duda porque la pobreza de sus comentarios no distaba mucho del "Tarzán querer Jane". Me gusta el español, que procuro no abatanar y en mi senectud sigo aprendiendo. Cuando escucho un disparate a un sujeto con taparrabos dialéctico, me sale un zollipo, y aguardo hasta el siguiente desatino.Sabiendo esto, mi amigo Mariano Arenillas, va, coge, agarra, saca, trae y me regala una joya de su nutrida biblioteca, "Cizaña del lenguaje" de Francisco J. Orellana. Está dedicado a su "querido Vulgo, que de todo lo malo te (se) enamora". Es de 1891 y en 2017 estamos en las mismas. Recoge las palabras y frases más pedantescas de entonces, los modismos más zurdos y extravagantes... Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA en Orbyt y Kiosko y más
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