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Isabel Bernardo Fernández
Miércoles, 26 de julio 2017, 07:00
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De forma temporal vengo a ocupar esta columna de Estella de El farol -¡ánimo, amigo, ya te queda menos para regresar a esos espacios Gaceta que te has ganado por derecho!- con mis lentejas. Las mismas lentejas con las que Diógenes de Sinope se alimentaba mientras recorría durante el día las calles de Atenas con un farol buscando un solo hombre justo. Difícil se le pondría hoy a Diógenes si vagabundeara este país, cuando la ambición de unos pocos se ha hecho tan grande que señala a una gran mayoría de forma alarmante e injusta. Ha habido que echar a los perros tras las liebres corruptas y, aunque andan ligeros los galgos, muchas se escapan. Cuando parece que ya han caído todos en el cepo, un nuevo caso de corrupción arruina nuestras esperanzas de estar ya libres de plaga. Pero me da que nos va el rollo. No hay más que ver cómo se han disparado las lenguas con el suicidio de Miguel Blesa. En contra de lo que aconsejan los manuales de estilo de los medios de comunicación (contención, responsabilidad y especial sensibilidad con las informaciones relativas a los suicidios para evitar nuevos casos y los sentimientos de desamparo de la familia), la noticia es engordada cada día de forma prolija y con declaraciones de todos a cuantos se les acerca una alcachofa de prensa. Nadie quiere renunciar a su minuto de gloria televisiva. Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA en Orbyt y Kiosko y más
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