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De la entropía a la misantropía

De la entropía a la misantropía

Julián Ballestero

Jueves, 22 de octubre 2015, 06:45

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En Física la entropía mide la cantidad de energía que se pierde al realizar un trabajo. No toda la energía que se produce en las explosiones de un motor de combustión acaba moviendo las ruedas del coche: se fuga para siempre entre roces de cojinetes, calentamiento de metales y expulsión de humos.En un Ayuntamiento con mayoría absoluta y estable, la entropía del sistema tiende a cero, aunque en muchas ocasiones se producen fugas en forma de concejales que se convierten en radicales libres (en ocasiones, incluso el alcalde se transforma en un radical que va por libre, y tenemos ejemplos a tiro de legislatura y pico en Salamanca). En cambio, cuando un Consistorio aparece conformado por varios grupos políticos sin una mayoría estable, el sistema tiende al caos y la pérdida de energía se multiplica, a la vez que la evolución y el resultado de sus decisiones se vuelven impredecibles.Por tanto, lo que está ocurriendo en el Ayuntamiento de la capital no es sino la consecuencia ineluctable de las leyes de la termodinámica que rigen los comportamientos de todos los materiales sometidos a energías, calores y presiones. Esa tendencia al caos eso incluye, de manera sobresaliente, la dinámica política.No se puede luchar contra la acumulación de entropía en un Consistorio con tres grupos a la caza de un cuarto, que es el que manda o debería mandar. Si acaso, la pérdida de fuerzas en juegos de artificio se puede canalizar a base de aguante y paciencia, pero contando siempre con el carácter imprevisible de los procesos políticos, que dependen de la cercanía de las elecciones, del temperamento de los ediles y de los objetivos confesables e inconfesables de los partidos que los teledirigen.Así puede ocurrir que si un alcalde tiene tendencia a sentirse alcalde, ese ejercicio de autoafirmación puede llegar a provocar pústulas en la sensible piel de los concejales del otro lado del pleno. Si Fernández Mañueco, en lugar de afirmar esto de "El alcalde soy yo", hubiera dicho todo lo contrario ("El alcalde no soy yo"), ¿qué habrían dicho los que ahora le acusan de prepotente? Pues que se le ha ido la olla.Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA

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