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Campos de una soledad que impresiona

Campos de una soledad que impresiona

El arado romano, un artilugio infernal

Anselmo Santos

Jueves, 18 de junio 2015, 13:30

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Me van a permitir hoy, que no comente alguna de las fotografías antañonas que nos envían desde los pueblos de nuestra deslumbrante geografía provincial. Hoy voy a comentar esta fotografía, que en uno de mis viajes profesionales como visitador médico capté con una barata cámara, cerca de San Felices de los Gallegos y que desde entonces he guardado con respeto en mi archivo personal.Para mí, es una foto extraordinaria de una soledad que impresiona y viene a la memoria el labriego, que ya había dado muchas vueltas y revueltas en toda una vida de fatigas y sudores tras los bueyes o mulas empujando la mancera del arado.Mi lejano pariente, que también fue labrador sacrificad; Gabriel y Galán, vivió la vida en el campo, lo amó, lo trabajó, pero además lo convirtió en poesía en la "sementera"€ Y mi amigo, Millán Sagrado que no fue poeta y si picador de toros, siempre me espetaba... ¡Ah... el arado romano, que terrible era, pero ¡cuánta hambre quitó!.Recuerdo que otro amigo, Jesús, me comentaba que su arado tenía "alma", y lo hacía mientras dábamos en Villaflores nuestro paseo cotidiano, mientras se iba poniendo el sol, allá por Portugal. Que, tenía alma, o por lo menos vida y me desgranaba con unción, cada una de sus piezas: El clavijero, la esteva, la cama, la mancera, la vilorta, el timón y el pescuño. Y cuando ya puesto el sol y llegábamos al pueblo, Jesús continuaba relatándome pormenores sobre: la orejera, la garganta, la telera y el dental. Y ya en el bar de la Plaza, terminaba hablándome de la reja y de lo bien que la "daba" el toque final el señor Constancio, el herrero.Hace tiempo que Jesús y el señor Constancio murieron, y salvo en contados sitios, el arado romano también murió, afortunadamente. Mucho ha cambiado todo. Y lo único que continua perenne es que el sol, continúa poniéndose por Portugal.Cuando yo hablaba con el labriego que labraba el áspero suelo de San Felices de los Gallegos, los nobles bueyes resoplaban, tal vez, agradeciendo aquel descanso no previsto en un trabajo duro de sudores y fatigas; cuando con aquel: "artilugio de madera que terminaba en tosca reja de hierro", roturaba las tierras de sol a sol.Y me despedí con pena, de aquel buen hombre, que aferrado a su terruño, pensaba como Jesús, que: "su arado, tenía alma o... por lo menos, vida".

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